Edición
13, julio-diciembre 2025
COLOCAR DE NUEVO A LA PERSONA EN EL
CENTRO EN TIEMPOS DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
1 Carlos Gerardo Salazar Borrás,
[email protected]
Bachiller en Filosofía
y Humanidades por la Universidad Católica de Costa Rica.
Diplomado en Pastoral
Juvenil por el CEBITEPAL auspiciado por
la
Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Colombia. Ministerio de Educación Pública
Código ORCID:
https://orcid.org/0009-0004-7767-5652
DOI: https://doi.org/10.64183/mv3r5z89
Recibido: Abril 2025
Aceptado: Junio 2025
Resumen. Este artículo explora la crucial necesidad de recentrar a la persona humana en la era de la inteligencia artificial (IA). Se argumenta que, si bien la IA ofrece numerosas ventajas, existe el riesgo de que la esencia humana se vea eclipsada. Mediante un análisis reflexivo, se destaca la importancia de la dignidad humana como principio fundamental para guiar el desarrollo y la aplicación de la IA. Se subraya el papel esencial de la educación para fomentar un uso consciente y ético de estas tecnologías, promoviendo el desarrollo integral de las personas y una sociedad más equitativa, donde la inteligencia artificial sirva como herramienta para la humanización en lugar de la deshumanización.
Palabras clave: Inteligencia artificial, Dignidad, Persona.
RE-CENTERING THE HUMAN IN THE AGE OF ARTIFICIAL INTELLIGENCE
1 Carlos Gerardo Salazar Borrás, [email protected]
Received: April
2025
Accepted: June
2025
Abstract. This article explores the crucial need to re-center the human person in the age of artificial intelligence. It argues that while AI offers numerous advantages, there is a risk of human essence being overshadowed. Through a reflective analysis, the importance of human dignity as a fundamental principle to guide the development and application of AI is highlighted. The essential role of education in fostering a conscious and ethical use of these technologies is underscored, promoting the integral development of individuals and a more equitable society, where artificial intelligence serves as a tool for humanization rather than dehumanization.
Keywords. Artificial Intelligence, Dignity, Person.
Colocar de nuevo a la persona en el centro en tiempos de la inteligencia artificial.
En el momento presente, hablar de la persona humana en tiempos del auge y agudo desarrollo de la inteligencia artificial como una poderosa herramienta aplicable en todos los ámbitos de la vida cotidiana es todo un reto. Desafío, precisamente porque no hay aplicación que pueda accederse que no cuente con algún tipo de complemento relacionado a esta innovación. Esto por su parte, más que preocuparnos debe ocuparnos, buscando cómo centramos nuevamente a la persona para que se conozca, se desarrolle integralmente y que justo esta integralidad comprenda por su parte las bondades que estas herramientas digitales nos brindan, precisamente para ser mejores personas, en un mundo en donde la inteligencia artificial ha venido para quedarse.
En el profundo avance de la inteligencia artificial, que permea cada rincón de nuestra existencia, surge un desafío fundamental: la posible declinación de la esencia humana frente a estos avances. Si bien esta poderosa herramienta promete revolucionar innumerables aspectos de la vida cotidiana, su omnipresencia plantea una interrogante crucial: ¿cómo evitamos que la fascinación por sus capacidades nos desvíe de las posibilidades que encarna el ser persona? La urgencia radica en no solo adaptarnos a esta nueva era, sino en dirigirla conscientemente para que sirva al desarrollo integral de la persona. Este artículo se adentra en la necesidad de recentrar la atención en el individuo, explorando cómo podemos aprovechar las bondades de esta herramienta en aras de nuestro propio desarrollo, conociendo en primera instancia que nuestro mundo, ha sido ya transformado. La acción educativa, será esencial para lograr este cometido con precisión y eficacia.
La dignitas (romana) era un logro personal que, por un lado, daba derecho a un poder y, por otro, al deber de ser moralmente intachable. La dignidad obligaba una forma de vida que contenía magnanimidad, disciplina, austeridad, moderación, serenidad. Virtudes que no todos los ciudadanos alcanzaban porque no gozaban de la condición de libres. La condición de esclavo era incompatible con la dignidad. Además de que la dignidad no solo se conquistaba, se defendía y se lucía, era claramente jerárquica y modificable, pues también podía aumentarse, rebajarse, perderse o restituirse. (Cuéllar, 2006)
Es importante la mención de este tópico precisamente por los retos que podemos visualizar en la sociedad actual. Por una parte, un tejido social que cada día más parece inclinarse con más fuerza hacia el individualismo que, por paradójico que parezca, en lugar de permitirle a la persona apostar por un redescubimiento de la misma mirándose desde lo profundo, la arrincona más bien a encerrarse en sí misma, limitando su interacción y colaboración con otros, en un movimiento que más bien contradice su propia vocación social, impregnada en lo más hondo de su esencia y contingencia al mismo tiempo.
Podríamos afirmar que, de algún modo, este “encerramiento” es precisamente todo lo contrario a lo que compete al desarrollo de la dignidad del ser humano, precisamente porque al implicar la misma la toma de conciencia de su libertad como ser racional, la acción de dignificar provee los insumos suficientes para que la persona tome conciencia de su esecia y se abra a otros. Es más, no basta con abrirse, se requiere también el compromiso de construir y trabajar juntos, de tal suerte que podamos apostar con más fuerza a lo que en su momento Maritain denominó como humanismo integral.
La persona en la actualidad contiene en sí misma la respuesta a una gran cuestion, sobre si va a esforzarse por vivir con intensidad su dignitas, pero lo haga partiendo del hecho de que la cree como certeza clara para su propia vida y desee también proyectar la misma hacia otros, pasando del encerramiento a la construcción, de la esclavitud a la libertad, de lo perdido a lo restituido, para poder entonces tomar conciencia de su valor, de su inteligencia y de su integridad en todo momento y lugar, superando los letargos más que adormecidos en donde las cosas parecen tener más fuerza y/o control que las personas.
¿Qué quisiéramos entonces conquistar hoy?
¿Valores, formas de actuar, actitudes podrían ser consideradas como señeras? Es entonces la actuación en consecuencia lo que puede definir el futuro en medio del desarrollo de la ciencia, el futuro que se hace en realidad cada vez más presente, si quisiéramos comparar precisamente a la persona colocándola en paralelo con los distintos avances.
Un reflejo de la comprensión de esta consigna lo proveen los distintos avances de la ciencia y la técnica que han sido pensados y diseñados corforme se realiza la suma de las posibilidades. Pasamos como humanidad de crear máquinas que agilizan los procesos que por años fueron únicamente manuales, a contar con dispositivos que ahora con mayor normalidad llamamos inteligente y que, como si no fuera poco, integran herramientas que vienen a auxiliar desde lo más particular como lo puede ser una receta de cocina, la resolución de una operación matemática y la redacción de una carta formal o informal, hasta la generación de ideas para elaborar una rúbrica evaluativa en cualquiera de nuestras actividades de mediación docente. Resta a la persona, la persona docente la tarea no únicamente de saber integrar el uso correcto de todas las herramientas e insumos que cuente a su haber en su misión, pero también a los restantes y no menos importantes miembros de la que por mucho tiempo hemos conocido como la triada (estudiantes y comunidad) el colocar su importante aporte de cara al óptimo aprovechamiento de todas estas posibilidades para su crecimiento, marcando un parteaguas entre una actitud espectadora y una que se reviste de sano y auténtico protagonismo.
Lo anterior nos enfoca nuevamente en lo que nos apasiona que es precisamente la educación. Paralelo al avance en la ciencia y la técnica, se debe repensar y preguntarnos si realmente la persona continúa o no en el centro de la acción educativa en un mundo cada día más moderno, técnico y digitalizado, o si por el contrario, este cúmulo de avances que no son negativos o positivos en sí mismos nos hacen como sociedad de correr el riesgo al engrosar las brechas entre los que menos tienen y los que más, o los que acceden con pasmosa facilidad a los recursos tecnológicos y científicos en contraposición a los que tan siquiera han tenido algún contacto con cualquier tipo de dispositivo. Para nadie es un secreto que, pasados 5 años ya desde la pandemia suscitada por el COVID-19 esta circunstancia desnudó con descomunal fuerza las enormes disparidades entre estos grupos sociales y por ende, el hecho de que muy buena parte de la población mundial quedara a la vereda del camino en cuanto al derecho a la educación, uno de los más elementales y sensibles.
Sopesados hasta cierto punto los tremendos retos emocionales y hasta existenciales, hoy por hoy se asoma por nuestra ventana otro inmenso desafío, el cual consiste en reinventar el protagonismo de la persona de cara a un nuevo tejido social que por una parte nos confinó y hasta nos hizo sentir cómodos a muchos de nosotros, pasando por quienes también pudieron “esconderse” tras un teclado y/o una pantalla, difuminando su propia identidad y por otra parte, asumiendo todos una nueva normalidad que nos lanza a también una nueva trinchera que ojalá nos capture: ¿Es la persona la protagonista de estos avances tecnológicos o más bien los avances de la ciencia y la técnica le apresan?
Algunas de las claves para responder a las cuestiones anteriores las podríamos discernir si volviéramos a la raíz del término inteligencia, el verbo intellegere, la acción puntual de poner en práctica lo que se sabe en lo que se vive. Ninguno de los avances de la ciencia y de la técnica por deslumbrantes que estos puedan ser, deben estar por encima de quien sí puede encarnar la capacidad racional para poder dar paso posteriormente a la sensibilidad de apreciar y contemplar una obra de arte, vibrar con una poesía, derrochar amor o sentir estupor de cara a las injusticias y necesidades no resueltas de los semejantes. Por lo anterior, más allá de colocar en una balanza si existe una alternativa buena o mala en referencia a todos estos avances, es descubrir el tesoro del noble y sublime uso de todo aquello con lo que contamos, trascendiendo toda mezquindad y dando paso a una transformación social real donde lo científico y lo técnico abrace su verdadero sentido.
El Papa Francisco se refiere en la sesión del G7 el pasado 14 de junio a los líderes presentes sobre la inteligencia artificial:
Dicha inteligencia artificial, como sabemos, es un instrumento extremadamente poderoso, que se emplea en numerosas áreas de la actividad humana: de la medicina al mundo laboral, de la cultura al ámbito de la comunicación, de la educación a la política. Y es lícito suponer, entonces, que su uso influirá cada vez más en nuestro modo de vivir, en nuestras relaciones sociales y en el futuro, incluso en la manera en que concebimos nuestra identidad como seres humanos. (…) No podemos dudar, ciertamente, de que la llegada de la inteligencia artificial representa una auténtica revolución cognitiva-industrial, que contribuirá a la creación de un nuevo sistema social caracterizado por complejas transformaciones de época. Por ejemplo, la inteligencia artificial podría permitir una democratización del acceso al saber, el progreso exponencial de la investigación científica, la posibilidad de delegar a las máquinas los trabajos desgastantes; pero, al mismo tiempo, podría traer consigo una mayor inequidad entre naciones avanzadas y naciones en vías de desarrollo, entre clases sociales dominantes y clases sociales oprimidas, poniendo así en peligro la posibilidad de una “cultura del encuentro” y favoreciendo una “cultura del descarte”. (Francisco, 2024)
Este último aspecto que Francisco señala, permite dilucidar el hecho concreto que todas las bondades que se nos ofrecen a través de este instrumento poderoso se pueden entresacar en la medida en que la o las personas que la utilicen asuman en su propio ser el deseo genuino de actuar desde la bondad, precisamente porque es la bondad lo que permitiría desatar los nudos que componen las brechas, los avatares del egoísmo y del individualismo y por ende, uno de los pilares que bien engrasado desde una práctica recta y posteriormente común, permitirá nuevamente colocar a la persona en el centro, en el centro de la toma de decisiones o las políticas públicas, en el centro de las necesidades y sus atenciones, en el centro de la acción de lo más sublime lo cual es educar, sobre todo cuando todo parece adverso para quien no tiene un acceso franco a este derecho. Aquí, es cuando todo tiene sentido para que quien eduque, pueda valerse también de estas innovaciones.
Continúa Francisco: Olvidar que la inteligencia artificial no es otro ser humano y que no puede proponer principios generales, es a veces un gran error que parte de la profunda necesidad de los seres humanos de encontrar una forma estable de compañía, o bien de un presupuesto subconsciente, es decir, de la creencia de que las observaciones obtenidas mediante un mecanismo de cálculo estén dotadas de las cualidades de certeza indiscutible y de universalidad indudable. (Francisco, 2024)
¿Cuál es una de las principales necesidades de la persona humana hoy por hoy? Sin duda la de la compañía, la de la interacción sincera y asertiva, la de la escucha en una sociedad hiperconectada y con hipermedia, la de la atención suficiente para superar los vicios y los juicios, pasando entonces al centro de las acciones, relevando los anteriores y añejos paradigmas del poder o la ambición por encima de la persona y dando paso a la cultura del encuentro, la fraternidad que lo rige y la certeza de una civilización del amor que nos oriente como primicia, antes de ponernos en marcha en el uso de las herramientas para que sean finalmente lo que son, auxilios eficaces en todo cuanto pensemos y hagamos. Lo artificial en síntesis, no puede estar por encima de lo cognitivamente natural, racional, tangible y presente.
La inteligencia artificial continuará evolucionando, cada día más con mayor rapidez, precisión y agudeza. Es un hecho tan cierto como la ley de la gravedad que las aplicaciones y posibilidades vendrán en franco crecimiento, haciendo de estas posibilidades un aterrizaje diverso en toda la actividad humana.
No obstante, esta y otras innovaciones no surgieron ex nihilo, es decir, de la nada. Han brotado de un deseo humano con intención natural de obtener soluciones a circunstancias que en el pasado eran impensables, como las brechas que logramos superar y que han llegado incluso a rincones en donde inicialmente no se había tan siquiera visualizado.
El magno apostolado de educar no nos pide en su jubiloso grito que mantengamos la monotonía o los métodos adormilados para enseñar en donde se transferían datos como lo dijo Freire en sus obras sino más bien que podamos aprender con nuestros estudiantes a construir el conocimiento que soñamos para una sociedad nueva, en donde la articulación entre lo fraterno y lo concreto se patentice en la ruptura de estos viejos paradigmas donde la persona no vale o no cuenta si no reúne determinadas condiciones establecidas por parámetros odiosos e intransigentes.
Partiendo del panorama anterior, la inteligencia artificial y todos sus derivados aplicativos se ciernen ante nosotros como una posibilidad maravillosa, para que colocando todas nuestras capacidades en su uso sano y bien dirigido, obtengamos frutos dignos de ser compartidos para construir un nuevo tejido, ya no eclipsado por lo externo y extravagante sino retado a dar lo mejor de sí, desde lo interno y lo profundo del ser en un intercambio de experiencias que se vean enriquecidas con los aportes de insumos que potencien las naturales limitaciones humanas para alcanzar nuevos areópagos también considerados en la actualidad como inalcanzables. Sí, la inteligencia artificial hoy debe ser también esta nueva antorcha que ilumine la razón y la voluntad, para que esta dignitas hemos hecho referencia desde el inicio de este artículo, sea el acicate para humanizarlo todo.
Cuéllar Saavedra,
J. E. (2006). Dignidad humana, una reflexión crítica sobre
antropocentrismo a favor de la responsabilidad solidaria. Avances en
Enfermería, 24(1), 8–16. https://revistas.unal.edu. co/index.php/avenferm/article/view/35984
Francisco (2024) Discurso del Santo Padre Francisco en la Sesión del G7
sobre Inteligencia Artificial. https://www.vatican.va/content/francesco/es/ speeches/2024/june/documents/20240614-g7- intelligenza-artificiale.html
Freire, P. (1985) Pedagogía del oprimido. Montevideo, Tierra Nueva. México, Siglo
XXI Editores. Maritain, J. (1936).
Humanisme intégral. París:
Aubier.